martes, 29 de abril de 2008

VUELOS BARATOS, BUENA CALIDAD RELATIVA


A la hora de analizar los vuelos baratos, parece conveniente diferenciar qué tipo de clientes puede existir.

BUSINESS Por una parte, se encuentran los que viajan por negocios (business).
TURISTA Por otra parte, los que viajan por motivos particulares, quienes tienen una disposición a pagar diferente.

Es cierto que el número de compañías aéreas es elevado. Pero también lo es que, frecuentemente, sólo una o dos compañías oferten vuelos entre dos ciudades.


Si un monopolista se enfrenta a dos tipos de consumidores, con disposiciones a pagar diferentes, debe fijar precios diferentes. Así pues, los ejecutivos habrían de pagar un precio mayor (en categoría BUSINESS) que los turistas.

Ahora bien, ¿qué podría pasar? Si la calidad entre uno y otro vuelo son similares, entonces la empresa que contrata los vuelos del directivo daría las siguientes instrucciones al ejecutivo:

“Ponte sombrero playero, bermudas, espardeñas baratas y cuélgate una cámara de fotos. El traje lo llevas en la maleta. Cuando llegues al destino (donde tendrás una reunión de negocios), entonces te cambias de ropa... Y recuerda: que nadie sospeche nada."



De esta manera, la empresa se ahorraría la diferencia entre el precio del billete de BUSINESS y el precio de TURISTA. ¿De qué manera puede combatir la compañía aérea esta posible astucia de la empresa?

La respuesta es: diferenciando la calidad. Si en BUSINESS se viaja más cómodamente que en TURISTA, entonces la empresa se replanteará su estrategia. Y si el ejecutivo ha de viajar hacinado, en condiciones lamentables, entonces se producirá una autoselección y sólo viajarán en tercera clase aquellos que no puedan permitirse viajar en segunda o tercera.

Este caso es aplicable no sólo al transporte aéreo, sino también a los ferrocarriles o los barcos. ¿Se acuerdan de la película "Titanic"? ¿Como eran los camarotes donde viajaba Leo Dicaprio? ¡Horribles! Si la calidad del servicio fuera similar entre primera y tercera, entonces la protagonista, rica, se habría ahorrado una suma considerable de libras esterlinas, aceptando unas condiciones similares a un precio muy inferior.

A este respecto, se pronunció el economista francés del siglo XIX Emile Dupuit:

“No es por los pocos miles de francos que tendría que gastar en poner un techo al vagón de tercera clase o en tapizar los asientos de tercera clase por lo que una u otra compañía tiene vagones abiertos con bancos de madera… Lo que trata la compañía es de impedir es que los pasajeros que pueden pagar la tarifa de segunda clase viajen en tercera; perjudica a los pobres, no porque quiera perjudicarlos, sino para atemorizar a los ricos… Y es de nuevo por esta razón por la que las compañías, habiéndose mostrado casi crueles con los pasajeros de tercera clase y miserables con los de segunda, se vuelve generosa con los clientes de primera.
Negando a los pobres lo necesario, da a los ricos lo superfluo.”










Recordemos este testimonio. En clase turista, las condiciones no son muy confortables. Pero tampoco son horribles, como ocurría en los ferrocarriles de Francia del siglo XIX. Esto puede servir de consuelo. También podemos consolarnos con esta imagen del presente: un ferrocarril que no superaría ni el primer control de seguridad.











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